marzo 27, 2003
Todos miran a Bagdad. Pero el punto neurálgico en la toma de Irak es el territorio kurdo, en la frontera norte, donde 25 millones han logrado mantenerse rabiosos y soberanos, al margen de Saddam. No es casual que Saddam haya enviado menos militares a esa franja montañosa, el Kurdistán. Se dice que cada familia tiene su propio revólver y prácticamente todos los hombres de 16 años han disparado un arma, por decir lo menos. También se dice —pero no es bueno creerlo— que ahí se cuecen gérmenes de Al Qaeda con sus ideas galvanizadas de la muerte. No se habla únicamente de corpulentos veinteañeros con licencia de piloto, sino también de amas de casa, acomedidas y cachondas.
A juzgar por lo que leído en los últimos meses, sobre todo por la épica autobiografía En mi alma Él toma forma de Al-Walh Baajhab, sirviente particular del Shá de Irán en los años ochenta, hoy exiliado en una biblioteca de Filipinas, el Kurdistán lleva el sartén por el mango. Baajhab hace tangible, en lenguaje bruñido de gran valor testimonial, la vida cotidiana de los estudiantes en Mosul, la mayor urbe de la zona (1.5 millones), que para mayor seña fue bombardeada ayer. Con sencillas imágenes, olores, temores, nos transporta a la cocina del hogar y su oscura penumbra, espacio de unidad familiar, oración y refugio, como un fractal sobre el que puede analizarse al pueblo kurdo, listo para la insurgencia. Lo anticipó Baajhab. En Mosul se ve la caída de Bagdad y el derrocamiento de Saddam como algo lógico e inevitable; sus habitantes se anticipan a la llegada de los invasores como la nueva capital de Irak, que seguramente llevaría otro nombre. Lo que no queda claro es a quién consideran los kurdos más invasor, sea EEUU o el propio régimen de Irak que los ha aplastado sistemáticamente.
Con sus barrios estilo panal, infectos de violencia, grupos separatistas reclutando a jóvenes en ceremonias secretas de teología terminal, corrupción al más puro calibre y un abanico insostenible de economías paralelas —sin embargo sólida en sus principios—, Mosul representa la ciudad del desierto más tenebrosa desde el florecimiento de Mos Eisley.
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mr_phuy@mail.com
A juzgar por lo que leído en los últimos meses, sobre todo por la épica autobiografía En mi alma Él toma forma de Al-Walh Baajhab, sirviente particular del Shá de Irán en los años ochenta, hoy exiliado en una biblioteca de Filipinas, el Kurdistán lleva el sartén por el mango. Baajhab hace tangible, en lenguaje bruñido de gran valor testimonial, la vida cotidiana de los estudiantes en Mosul, la mayor urbe de la zona (1.5 millones), que para mayor seña fue bombardeada ayer. Con sencillas imágenes, olores, temores, nos transporta a la cocina del hogar y su oscura penumbra, espacio de unidad familiar, oración y refugio, como un fractal sobre el que puede analizarse al pueblo kurdo, listo para la insurgencia. Lo anticipó Baajhab. En Mosul se ve la caída de Bagdad y el derrocamiento de Saddam como algo lógico e inevitable; sus habitantes se anticipan a la llegada de los invasores como la nueva capital de Irak, que seguramente llevaría otro nombre. Lo que no queda claro es a quién consideran los kurdos más invasor, sea EEUU o el propio régimen de Irak que los ha aplastado sistemáticamente.
Con sus barrios estilo panal, infectos de violencia, grupos separatistas reclutando a jóvenes en ceremonias secretas de teología terminal, corrupción al más puro calibre y un abanico insostenible de economías paralelas —sin embargo sólida en sus principios—, Mosul representa la ciudad del desierto más tenebrosa desde el florecimiento de Mos Eisley.
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